Otoña

Demorar en mi palma olvido el pulso constante, y ver. Irremediable contraerse de las olas hacia dentro. Espasmo, una vez más, sustracción, memoria del humo. Cenizas del bosque ardido. Descuajárse cáscara, resquebrajarse de cal desvencijada. Oradarse poro a poro, una a una, las que antes verdes de humus se mecían, influjo del sol en la boca. Contener la sabia, aquietarla, retenerla, porque no sangre, porque no corra tan lejos de su posibilidad en los conjuros míos. Muriente. Hasta que aquiete seca, astillosa costra en la que huella nuestro espacio conjunto. Y ver. Drenándose el agua toda, fundirse la luz que siempre llegando ecos de lo lejos, en gastado letargo, herido de ásperos huecos, que atardezco con la textura de los damascos. Muriendo. De los días hundidos en la carne, hasta el hueso duro que me carcaza, quebrándome grietas. Irremediable. Irreductible. Irreverente, envejece el polvo entre los pliegues de lo que aún no se deja consumado, a tiempo irrevocable, en que se suelta pluma, desde la punta de las lenguas, lo que no puede dejar de decirse; lo que nunca se detenga resina en las comisuras del tiempo, ni en los zócalos que olvidamos barrer: otoña una vez más. 



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