asunto: hola..

Hola. Ya van muchas veces que te escribo este mail. Espero que puedas entender todo el tiempo que me llevó finalmente escribirte.

Si lo pensás, era realmente un problema, sabiendo que cada cosa que te dijera iba a operar indefectiblemente en tu imaginación después de que la leyeras.

Ya te veía hilando una cosa con otra. Te imaginé respirando entre las palabras que iba dejando salir, esquivando el filo de las más incisivas, deteniéndote a ver las que iban creciendo. Te adiviné una mueca entre los ojos después de cruzarte con algunas de mis palabras más torpes, amontonándose unas con otras. Te escuché tragar, moviéndote en esas operaciones tan graciosas y ridículas que hacemos cuando eso que nos vienen diciendo, entra en el bosque de nuestras historias y toca por todas partes aquellos lugares de la memoria que a veces quedan en carne viva.

“Para contar una historia hay que entrar al agua de esa historia..” Algunas de las cosas que nos dijimos me hablan, ¿sabías? Si alguna vez, de alguna forma, pudieses correr un velo como quien corre una hoja abriéndose paso entre la maleza de mi imaginación, seguramente te las encontrarías correteando por ahí. Me pregunto si te reconocerían.

Hago eso, ¿ves? cada vez que te escribo. Cuando quiero darme cuenta, miro para atrás y entre vos y yo se abren bosques, malezas, oleadas y vendavales de frases y frases, y palabras que a esta altura de las cosas ya han tomado vida propia. ¿Cómo encontrarte entre todo eso? ¿Cómo hablarte a vos? Insisto con el gesto de correr la hoja. Y entonces borro. Borro todo lo que acababa de escribir como si después de un día entero de rastrearte en esos paisajes que nos creamos, terminara por caer la noche y el día en blanco comenzara con la posibilidad de encontrarte de nuevo.

Sólo a veces el día no llega tan rápido. A veces sucede que oscurece, y se mezclan los sonidos de las extrañas criaturas de lo salvaje de esta jungla sin tiempo. ¿Te acordás de los horrores que nos vimos a los ojos aquella vez? A veces escucho cosas que sé que son de otros tiempos. Esas cosas que se quedan haciendo eco en las cuevas de la memoria colectiva. Entonces, me quedo mirando el fuego. Imagino otros fuegos, otros ojos valientes atravesando la noche, y eso me da fuerzas. Quizás también sean de otros tiempos. Y mientras la noche nos pasa, y quizás alguien cante, el mundo comienza a disolverse.

Las palabras, los bosques, los ríos, los edificios, las costumbres, todos los ruidos de la historia del mundo, se aquietan, se esfuman, desaparecen. Sólo queda el fuego. Una llama que ondula que quema, que se consume y se renueva todo el tiempo. Y te veo, como corriendo una hoja. Ahí estás, y todo lo que quería decirte, desaparece al instante. Ahí estás. Nunca sé exactamente cuánto dura ese momento. Y entonces también vos te vas yendo. Sólo el fuego. Mientras desaparezco yo, que miraba.

Es inútil tratar de ver qué pasa entonces. Lo intenté cada vez, pero en algún momento algo se apaga. Y cuando despierto el mundo sigue ahí. Aunque no es el mismo. Ni yo tampoco, claro. Si extiendo las manos y me toco el cuerpo, sigo ahí. Lo mismo las cenizas del fuego. No puedo explicar exactamente qué, pero algo queda cambiado, alterado. Quizás nunca se es la misma después de una noche a la intemperie en viajes como este. Quizás algo de todos los murmullos nocturnos entre por ósmosis y las células comprendan todas juntas algo de lo indescifrable. Quizás sea simplemente el mareo, la resaca del susto, el tiempo que se acomoda. Quizás sea haberte visto.

Lo cierto es que después de todo eso, y cada vez, me resulta tan superfluo, tan accesorio, tan intrascendente todo lo demás que quería decirte, que termino por arremangarme para entrar en el día en blanco una vez más, con la posibilidad de encontrarte de nuevo.


Hola...

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